sábado, 29 de octubre de 2011

EL LETRERO DEL ESPEJO ANTIGUO

Tuve que haberlo vivido, estoy segura lo sé, caprichoso fue el destino y no me acercó a él. Debí haber nacido entonces y no después, al tiempo,  luego llegados cargados de rebeldía de un vivir desesperado ¿Dónde está la poesía? No la encuentro renovada, busco y busco y no la encuentro; si decido mirarme en el espejo de dentro puedo verla y solo yo. Ni tan siquiera el verdugo destinado a eliminarla, pisotearla, tergiversarla, maltratarla…, ni siquiera ese, quiere salir del espejo, estar dentro pero sin dejarse ver. Veo el nombre de ese espejo cual un cuadro envejecido, en uno de sus bastidores, corroído, desgastado con la herrumbre propia del tiempo que quiere borrar el letrero, pero no importa tengo tiempo y gran paciencia, limpiaré el moho férreo y descubriré el nombre con el que se autodenominaron los primeros que se vieron, porque no fue un tenue reflejo. Busco, rebusco, me excito, leo, traduzco, recito… y detrás siempre él. Veo su niña de sus ojos, universales compañeros, sus tertulias y sus juegos. Esa seriedad maestra que parece, (¿parece? ¡Já!, me rio de esos “parece”, pero así se dice: Parece), que el tiempo no acaba de pasar, no para mí, no para él, no para tantos y tantos que somos afines, identificados plenamente en el tiempo, la distancia, la vida, la muerte. ¡Muerte!. Muerte en vida, vida muerta y aún se escuchan los “parece”, no parece hombres de Dios. Aparece, resurge cual ave fénix de ese eterno infierno donde lo mandasteis… ¿Lo vomitó el diablo?, más bien creo yo que no. Precisamente fue eso, un espejo de desván, viejo, ajado, carcomido, empañado, polvoriento, abandonado… Ahí, y sólo ahí estaban los viejos maestros todos vivos en sus obras, infernales no las creo. De gloria, de vida, de esperanzas, de recuerdo, de hombres con nombre. Me llega, me llena esa poesía, no seré una de ellos, pero quiero hacer el intento, quiero acercarme, por si me miro… Puedo verme dentro. Todo pecho, corazón, armazón, venas, nervio y la cocina del cuerpo. ¿Por qué no? Si, siempre me ha gustado moverme y al alimón, sin ser torera de ruedos. Toreando sin montera, sin padrino, sin esmero, sin cultura, al igual que un pájaro huero volando sin rumbo fijo pero qué más da, si me siento ahora  pingüina y los pingüinos no saben volar. Ahora que por fin mi cascarón de proa también se vio cascado, ahora que no soy Heidi en los campos, ni por lagos, ni por prados. Ahora que exiliada como siempre y en el desván del recuerdo he encontrado este espejo. Me miro, me miro y me mirare a corazón abierto, a pecho descubierto, como soy; aunque eso sea no estar en la línea de la bandera que el poderoso ondea de mano de su lacayo, esa bandera que marca sus líneas con tiza, que se la lleva el viento, antes de hacer jirones el crespón. Parece mentira, por malvivir, por temor, por silencio, por ser sólo alacena, olvidando su raíz. Bueno me estoy extendiendo, lo noto, las finas y calizas telarañas de mi pecho me avisan, eternas serán compañeras, dolorosas cuanto quieran, pero yo también quiero, porque me sabe bien, porque no ha de ser mi comer, será seguro mi alimento, ignoro en gran punto al verdugo y navego mar a dentro. Con mil cañones por banda y viento en contra, capeando el temporal, izando en cada vaivén la bandera color plata, reluciente, mojada de espuma y sal,  impregnada de coral, de algas… de la aventura del mar y el paisaje de la tierra. Tierra, fuego, aire, agua. ¿Qué necesito más, que la expresión de un poema? Si todo lo tengo a mano; está dentro de ese espejo, lo limpiare, no quiero verlo ajado, quiero saber que dice en ese oculto letrero:
 “Lorca y Neruda, homenaje a Rubén Darío. Discurso al alimón”.