domingo, 15 de abril de 2012

ALQUIMIA Y ESCOBAS

…Y a la bruja se le hizo tarde el primer día del solsticio en que todos ponían a punto sus escobas rumbo a cualquier lugar. Su caldero no cumplía el reglamento y su varita mágica desgastada se veía insignificante. El gran libro de conjuros arrojaba luz sobre los ingredientes: ojo de gato, pico de pájaro, piedra de nácar y poco más, aunque sobre el modo de empleo la huella de un mal tiempo dejó humo nada más.
–Inventemos –dijo la bruja mayor, la más vieja, que lo era por su sabiduría aunque aún su verruga no era lo suficientemente grande como para avalar dicho título; aún así, lo ostentaba.
–Puf, puf, puf… –argumentó “el mantecas”, imitando el arrancar del motor de la escoba: al final tocaría movimiento, se temía.
El mantecas, aprendiz de brujo por naturaleza, sabía que ya pasó el tiempo de alimentarse con bebés de pez que otros llamaban chanquetes y cosas así,  el fantasma de la crisis obligaba a comer piedras. El mantecas, seguía los pasos de la bruja mayor, que disfrazada de alquimista conseguía ablandar el principal ingrediente y conseguir un manjar digno de un conjuro de atracción.
Ya estaba todo, pero hacían falta alas de murciélago que aportaran soltura al aquelarre. Dicho y hecho, ¿qué sería de una bruja mayor si no podía convertir a su querido gato negro en otra criaturita chupasangre? Hacía falta, a golpe de varita y tras la cortina de humo y vaho emergió el murciélago de grandes y fuertes alas.
El clin-clan, clan-clin de las cucharas ponía banda sonora al éxito de tan ansiada proeza, si a alguien se le escapó un eructo no se oyó, el sopor de la digestión hizo lo propio: cargarse el cuento y hacernos despertar a todos de un sueño.
Tras la siesta, tres personas recordaban en un hogar: “Que ricas las migas, mamá, ¿Cuándo preparamos más?”
–Otro día –dije yo.

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